miércoles, 2 de diciembre de 2015

un cuento oriental

en un país muy, muy lejano, había un valle muy próspero y hermoso, en cuyo centro se alzaba una gran loma coronada por un castillo. en él vivía y mandaba el señor de aquellas tierras. un hombre de carácter difícil, siempre malhumorado, al que todo le molestaba. aunque era justo y respetado, gritaba a todo el mundo y nadie quería estar cerca por no llevarse una reprimenda por cualquier nadería. un poco gordo y con un bigote espeso que apenas dejaba ver su boca, no sonreía jamás y en sus ojos pequeñitos y cerrados, no brillaba ya ninguna chispa.

nadie en el castillo ni en el valle se explicaba que un hombre tan huraño y desagradable, tuviera una hija tan hermosa y delicada. la princesa no tenía apenas obligaciones o tareas. aunque su padre siempre vistiera de negro o azul oscuro, obligaba a la princesa a vestir siempre de blanco riguroso. ella se escapaba todas las mañanas y se acercaba a un estanque que había en el jardín y cogía la flor más fresca que encontraba y se la prendía en el pecho. no tenía mucho donde elegir ya que sólo había margaritas amarillas y violetas moradas. ella perdía mucho tiempo en decidir cuál iba a elegir, y cuando lo hacía, corría por los pasillos con pasos pequeñitos, con una sonrisa que alegraba a cualquiera que se cruzara con ella.

una mañana, la princesa se quedó atónita al entrar al jardín. un viejo rosal seco que había junto al estanque había florecido por la noche, y de la misma rama brotaban una rosa roja y otra azul. cayendo de rodillas, se quedó contemplando aquella maravilla. no había visto jamás flores tan hermosas y grandes. de repente se empezó a poner triste y empezó a sollozar muy flojito para que no la oyera nadie.

una voz grave y ronca surgió de detrás de un tronco: "¿por qué lloráis, princesa?"

la princesa se asustó y buscó a quién le había dicho eso, pues en aquel recinto sólo estaba permitida la entrada a ella y los jardineros, que cuidaban del jardín por la tarde. sorprendida, vio detrás del árbol a un sapo tuerto y gigantesco, grande como las tortugas que decoraban las puertas del castillo y que no había visto antes jamás.

-decidme, princesa, cuál es el motivo que os apena.
-¿veis las dos rosas que han brotado del rosal seco esta noche? pues no sé cuál ponerme en el vestido, ya que son muy hermosas, pero si me pongo una, la otra estará marchita mañana y ya nadie la verá, y no sé por cuál decidirme.
-la solución es simple, poneos las dos.
-no, no y no. mi padre se enfadará y se pone muy triste luego si me grita por algo. me permite ponerme una flor al día, pero si voy con dos y tan bonitas, seguro que se disgusta. no le gustan las estridencias ni los cambios.
-hazme caso y no dejes que se pierda ninguna flor. tu padre te quiere y no se enfadará por llevar algo tan bonito.

la princesa, haciendo caso al sapo y cediendo a sus propios deseos, se puso las dos flores en el pecho y salió del jardín para dar su paseo matutino. los siervos de palacio quedaban maravillados ante el espectáculo de las flores en el pecho de la princesa y con el aroma que desprendían. ella parecía un espíritu celestial paseando entre mortales y los que la veían quedaban embargados al instante de una sensación de felicidad.

se acercó  temblorosa a la habitación donde su padre despachaba para ir a darle los buenos días. al verla, su padre exclamó un suspiro y arrojándose a sus pies le preguntó: "¿por qué llevas estas dos flores y de dónde han salido?".

la princesa, un tanto asustada, contó todo lo sucedido y su padre se echó a llorar. ella, pensando que le había disgustado le dijo: "perdonadme, padre. ahora mismo me las quito y las echaré por la ventana para que se las lleve el viento hasta el valle."

-no hagas nada de eso, -dijo el padre entre sollozos- y acompáñame.

los dos se dirigieron a los aposentos del señor. allí, y sin decir nada, él cogió un rollo de papel que tenía guardado en lo alto de una estantería. lo extendió en el suelo y se lo mostró a su hija.

se arrodillaron los dos ante el pergamino. era un retrato. en él se veía a su padre mucho más joven, junto a una mujer que sujetaba a una niña pequeña en brazos. estaban frente al estanque de palacio. la mujer se parecía mucho a la princesa y también llevaba una rosa roja y una azul en el pecho.

-¿es mamá?- preguntó la princesa señalando a la mujer.
y el señor, con una gran sonrisa en su cara, como hacía mucho que no tenía, aunque con lágrimas aún en los ojos, respondió: -sí, pero mira.

y señalando a los pies de la pareja, la princesa vio que había dibujado también un pequeño sapo con una cicatriz en un ojo.