martes, 25 de diciembre de 2018

el acordeonista del metro

arrastra un carro de la compra, desvencijado y modificado con cinta americana para acomodar una suerte de amplificador. se cierran las puertas del vagón y tras poner en marcha un playback, empieza a tocar villancicos. tan adornados y cambiados que casi son irreconocibles entre tanta nota y floritura. el volumen del amplificador me aturde y me distrae de mi lectura así que me rindo y cierro el libro. antes de llegar anla siguiente parada, la base enlatada que le acompaña se detiene. contrariado, abre un bolsillo del carrito y desenchufa un vetusto reproductor de MP3. sacaun paquete de pilas de su bolsillo y reemplaza la que supuestamente se ha agotado. todo el vagón parece respirar con el eventual momento de silencio. vuelve a colocar la tapa y enchufa el aparato al cable. tras unos momentos en los que se pelea con los menús y los botones, desiste de sus intenciones. guarda el reproductor en el bolsillo del que había salido y empieza a tocar sin la ayuda artificial que traía. también callan los trinos y embellecimientos y una melodía delicada empieza a sonar. una pieza del repertorio clásico de acordeón llena el vagón. una expresión de hastío aparece en el rostro del músico. sabe que con los villancicos llena el vaso de las monedas y que lo que toca piensa que se pierde y le trae los recuerdos de todas las horas de estudio invertidas en el instrumento, y que sólo le han llevado a recorrer Madrid bajo tierra.