miércoles, 6 de mayo de 2009

El duque

Solía encontrarle en una placita cerca de un centro de distribución de metadona. Pedía con mucha educación. Con su pelo largo y lacio, grasiento pero bien peinado, con la calavera moldeando una piel que mostraba una cicatriz en el pómulo izquierdo. Siempre con su cantinela de "unos centimillos para un duque venido a menos", que adornaba con un gracioso acento como de ruso de película. Con un ojo buscando viandantes y el otro vigilando unas bolsas que ordenaba en una esquina, arrastraba una pierna con una muleta parcheada con cinta americana.
Un día desapareció, supongo que fue a otro lugar, ciudad o vida. Prácticamente le había olvidado hasta que, hace poco, y repasando unas fotos viejas de un viaje maratoniano que hice por los países del este cuando era estudiante, me encontré una que me llamó la atención. En alguno de las decenas de palacetes que habíamos visitado, retraté una chimenea que tenía encima una foto muy bonita. Grande y en blanco y negro, comida por el tiempo y convertida en tonos sepias y grises. Rodeada por un marco de plata grueso, en ella se veía a una mujer con un bebé en brazos, hermoso como un querubín de Rubens, con un feo apósito colocado sobre su mejillita izquierda.

No hay comentarios: